LA PRESEA PARA EL RITO
DE CORONACIÓN DE UNA IMAGEN DE LA VIRGEN MARÍA.
(Notas históricas y
experiencias de taller).
MANUEL VALERA
Desde el siglo quinto
encontramos representaciones de la Virgen María tocada con corona real, tanto
en la iglesia Oriental (en esta nos podemos retrotraer un poco más encontrando
mosaicos del siglo III y IV con este tema), como en la Occidental, siendo
frecuente asimismo representarla sentada en trono real y portando otros
atributos regios con el título de “Basilissa”
o Reina y “Theotokos” o Madre de Dios,
derivación de los textos de San Lucas (Lc
1,32-33 y Lc, 1,43), aunque hay quien se remonta a finales del siglo II por
un dibujo de las catacumbas de Priscila, una adoración de los reyes, en que
aparece María sentada en majestad y con un tocado parecido al que utilizaban
las emperatrices romanas. A partir del Concilio de Éfeso se incrementa el culto
a María tomando mayor importancia en las representaciones (catacumbas de
Comodila o mosaicos de Sta. María la Mayor). Según Juan Carrero uno de los
primeros ejemplos cercanos lo encontramos en la abadía de San Denís de París,
ya que en Francia y desde el siglo X proliferan las representaciones de la
Virgen en Majestad. En España encontramos un bello ejemplo románico en el
cenobio del monasterio de Santo Domingo de Silos. Mención especial merecen las
representaciones artísticas en las que aparece la escena de la coronación de
María por Cristo (Sta. María in Trastévere o Sta. María la Mayor), y por la
Stma. Trinidad a partir del siglo XV (El Greco, Velázquez , etc.).
La piedad popular, punta de lanza en cuanto a
la devoción mariana en Occidente especialmente a partir del Medievo, promocionó
la costumbre de coronar imágenes de La Madre de Dios, siempre secundada por
obispos y papas. Pero es a mediados del siglo XVI cuando se populariza el acto
de coronar a la Corredentora de la humanidad, promovido especialmente por la
orden capuchina y en particular por la labor de Fr. Jerónimo Paolucci, conocido
como el “Apóstol de la Madonna”, que
recogía joyas como símbolo de conversión y desprendimiento y confeccionaba con
ellas una corona para imponérsela a la Virgen. Así los capuchinos fundaron la Pia Opera dell´Incoronazione, que
organizó la coronación de la Virgen de Oropa en 1620. Poco después y gracias al
legado del Conde de Borgonovo, Alejandro Sforza, a la Reverenda Fábrica de San
Pedro de Roma para la promoción de estos actos, fue el Capítulo de S. Pedro el
encargado de ordenar, registrar y conceder el rango de canónica a la coronación
de una imagen de la Stma. Virgen María. Con este legado se coronó a la Madonna de la Febbre de la Basílica
Vaticana en 1631 como primera de una larga serie. Al ser principalmente un acto
de devoción a la Virgen María, por encima de una imagen concreta, no es raro
encontrar imágenes varias veces coronadas como la Salus Populi Romani, coronada
canónicamente hasta en tres ocasiones.
En el siglo XIX,
exactamente el 29 de marzo de 1897, se incorporó en la Liturgia Romana el rito
para la coronación de imágenes de Santa María Virgen , basado en el
Capítulo existente, por ser “Madre del
Hijo de Dios y Rey mesiánico,…colaboradora augusta del Redentor,…perfecta
discípula de Cristo,…miembro supereminente de la Iglesia”. Un hito en la
historia de la devoción a María Santísima fue la Encíclica “Ad coeli reginam”, promulgada por Pio XII en 1954 como colofón al
año mariano que celebraba el centenario del dogma de la Inmaculada y en el que
se instituía la fiesta de Santa María Reina, simbolizándolo con el gesto de
coronar a la imagen de Santa María “Salus
Populi Romani” el 1 de noviembre de 1954.
Al obispo de la
diócesis corresponde, junto con la comunidad local, juzgar sobre la oportunidad
de coronar una imagen de la Santísima Virgen María. Pero sólo es oportuno
coronar aquellas imágenes que, por la gran devoción de los fieles, gocen de
cierta popularidad, de tal modo que el lugar donde se veneran haya llegado a
ser la sede y especie de centro de un genuino culto litúrgico y de activo
apostolado.
El símbolo principal en
una Coronación Canónica es la corona o diadema que, según las normas dictadas
por la sagrada Congregación para el Culto Divino de 23 de marzo de 1973, debe
estar realizada en material noble acorde con la singular dignidad de la Santísima
Virgen y resplandecer por su sencillez, evitando “…exagerada magnificencia y fastuosidad, así como el deslumbramiento y
derroche de piedras preciosas que desdigan de la sobriedad del culto cristiano
o puedan ser algo ofensivo a los fieles, por su bajo nivel de vida.” No
obstante en el ritual actual de 25 de marzo de 1981 y el español de 1983 no se
especifica nada en cuanto a la calidad y tipo de los materiales con los que se
ha de confeccionar la presea de coronación. En éste y al empuje de la renovación
mariológica postconciliar, se sitúa el acto de la coronación durante la misa
justo después del Evangelio, no antes o después como recogía el anterior
Ritual. Es a partir de esta reforma cuando se conceden tres tipos de
coronaciones:
-
Coronación
Pontificia, concedida por el Papa a imágenes con una devoción
que exceda a la diócesis.
-
Coronación
Diocesana, concedida por el Obispo de la diócesis.
-
Coronación
Litúrgica, otorgada por el sacerdote a una imagen parroquial.
Las primeras
coronaciones Canónicas en España no se produjeron hasta 1881 con las de Ntra.
Sra. De Veruela en Aragón y Ntra. Sra. De Montserrat en Cataluña, extendiéndose
poco tiempo después por toda Iberoamérica. En Andalucía la primera fue la de la
Virgen de los Reyes de Sevilla en 1904, en el cincuentenario del dogma
concepcionista y promocionada por el Arzobispo Beato Spínola.
TIPOLOGÍAS.
Desde
la Edad Media encontramos esta pieza de orfebrería en las imágenes de la Virgen
María significando su realeza. Los modelos suelen imitar los realizados para
los reyes terrenales como símbolo de su poder y que a su vez se inspiraban en
las coronas de laurel de época clásica con las que se obsequiaba a deportistas,
generales y emperadores victoriosos, y en las cintas con las que se tocaban los
sacerdotes antiguos y que dieron origen a las “ínfulas”. Estas piezas de orfebrería y joyería, verdaderas obras
de arte en muchas ocasiones, se adaptaban siempre a las modas y estilos
artísticos de cada época. Algunas de las mejores o más curiosas coronas reales
conservadas son la llamada de San Esteban de Hungría, cuya historia particular
y rocambolesca merece por sí misma un artículo completo; la de San Wenceslao de
Bohemia, que según la tradición lleva una espina de la Corona de Cristo; la
corona de Hierro, joya Lombarda de la que cuenta la leyenda que contiene en su
interior uno de los clavos de Cristo, y por último reseñar la corona imperial
de Austria de 1602, que está inspirada en una mitra episcopal que a su vez
viene del tocado de los sumos sacerdotes de Israel.
Originariamente lo usual es la llamada corona
real, compuesta solamente por el canasto y rematada por distintos tipos de
crestería, como podemos ver por ejemplo en la corona de la reina Isabel la Católica que se conserva en la Capilla Real
de Granada. Anteriores son la de Recesvinto
del Museo Arqueológico Nacional o la de Sancho IV conservada en la
catedral de Toledo, aunque parece ser que éstas carecían de funciones
ceremoniales. En el siglo XVI, y ya centrándonos en la orfebrería religiosa, se
le incorpora los “imperiales” y la
bola del mundo rematada en cruz, y del siglo XVII procede la incorporación de
la “ráfaga” o “aureola”. Las estrellas, tan comunes en una gran cantidad de
modelos, no se añaden hasta finales del siglo XVII y principalmente durante todo el siglo XVIII, siendo lo más
usual que aparezcan rematando rayos lisos (símbolo de la luz divina) que se
suelen alternar con otros “flamígeros”
(símbolo de la energía divina). Esta incorporación de estrellas en las coronas
marianas se inspira obviamente en el Apocalipsis de San Juan, “una mujer vestida de sol, con la luna
debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”.
Como
hemos visto y siguiendo su evolución histórica, las más antiguas coronas
conservadas como atributo de la realeza de María seguían una tipología de
corona “real” testando imágenes
románicas o góticas en representación escultórica o pictórica (como curiosidad
la corona triple de inspiración papal de la Virgen de Oropa), que pronto
evolucionaron con la incorporación de los “imperiales”
en modelos ya manieristas y barrocos. De este tiempo se conservan en España la
antigua corona de la Virgen del Rosario de Carmona, magnífico modelo
típicamente manierista con inclusión de esmaltes y gemas, o las de las dos Inmaculadas (la de la de la
Capilla de la Concepción y la de la Sacristía Mayor) de la Catedral Sevillana,
así como las que poseen muchas imágenes de gloria salpicadas por toda la
geografía nacional.
Coronas
realizadas ya con la morfología que conocemos en la actualidad, con imperiales
y ráfaga, se conservan la de la Virgen de la Alegría de Sevilla o la de Ntra.
Sra. de las Angustias de Jerez de fines del XVII o principios del XVIII. Son más
las conservadas a partir del siglo XVIII sin duda por el auge adquirido de la
religiosidad popular en la época, de las que conservamos ejemplos como la de
Ntra. Sra. del Desconsuelo de Córdoba (sólo el canasto) o la de la Virgen de la
Soledad de Écija de Damián de Castro, probablemente la primera en prolongar los
rayos de la ráfaga hacia dentro, nueva muestra de la genial creatividad del
maestro cordobés. De la América Virreinal se conservan algunas como la de la Virgen
de la Candelaria de Lima. Pero por desgracia son muchas más las coronas
perdidas en los sucesivos avatares de los tiempos, debido principalmente a los
materiales valiosos con los que los devotos de la Virgen María han querido
ofrendar a la Reina de los cielos.
EXPERIENCIAS DE UN TALLER.
Son
ya varias las veces en que hemos escuchado las palabras del Salmo 45, “De pie, a tu derecha, está la reina
enjoyada con oro de Ofir”, como preámbulo a la imposición del fruto de
muchos desvelos y esfuerzos del taller, momento culminante en el que cobra
sentido el diseño, el modelado, el cincelado, las soldaduras, el pulido, el
engastado… En fin, todas las técnicas que están a nuestra disposición para que
la obra sea lo que tiene que ser, el símbolo del amor de los fieles a la Madre
de Dios. Técnicamente una corona de coronación es una de las piezas más
complejas y delicadas a las que se enfrenta un orfebre ya que a su valor
simbólico se añade la necesaria terminación para su contemplación en corta,
media y larga distancia. Son muchas ya las coronas realizadas o restauradas en
el taller siguiendo las distintas tipologías anteriormente dichas para este
tipo de piezas. En cuanto a coronas reales por ejemplo la realizada para María
Auxiliadora de Málaga que sigue la tradición para esta iconografía de la Virgen.
Imperiales, típicas de muchas imágenes marianas de gloria como la restaurada
para la Virgen de la Caridad de Loja o la Virgen del Rosario de Cabra de Damián
de Castro. Pero la mayoría con resplandor, que es el tipo más usual y completo
en la actual iconografía de las imágenes de la Virgen María Reina, como la
restaurada a la Virgen del Rosario de Baena, realizada por los joyeros de la
reina Isabel II dejándose notar este hecho en el diseño de su canasto con
imperiales sobre forro rojo. Restauradas también la de Ntra. Sra. de Montserrat
de Sevilla, la “grandiosa” de la
Virgen de la Soledad de Castilleja de la Cuesta, la de la Virgen del Castillo
de Carcabuey, la de la Virgen de la O de Córdoba o la del Amor Doloroso de Málaga. Realizadas
íntegramente en el taller las malagueñas de la Virgen de las Penas, Gracia y
Esperanza, Remedios y Merced. También la de Ntra. Sra. de la Soledad de Moguer,
inspirada en un antiguo diseño de Tomas Jerónimo de Pedrajas, y en la diócesis
de Córdoba, las de Nazaret de Montilla, Soledad, Reina de los Apóstoles, Estrella
y Ntra. Sra. de la Salud.
Mención
especial las realizadas para Coronaciones Canónicas, pues son muchas las
anécdotas vividas en este tipo de actos aunque este no es lugar ni tiempo para
rememorarlas. De imborrable recuerdo las coronaciones de la Virgen del Valle de
Sevilla, La Oliva de Salteras, Angustias de Valladolid (obra cumbre de la
imaginería española realizada por Juan de Juni), Virgen de la Cabeza de
Andújar, Soledad de Mena de Málaga, Victoria de Huelva, Virgen de las Nieves de
Las Gabias, Virgen del Carmen de Córdoba, Alharilla de Porcuna y Cabeza de El
Carpio.
En
estos momentos estamos en plena realización de la corona para la futura
Coronación Canónica de Ntra. Sra. De la Esperanza de Granada, proyecto
altamente ilusionante en la que aplicaremos como siempre toda nuestra
experiencia técnica y toda nuestra devoción hacia nuestra Madre común y Madre
de Dios María Santísima, sin dejar de agradecer una vez más la confianza
depositada en nuestras manos por su hermandad.
LAS TRAZAS DE LA CULTURA
Deberíamos estar de acuerdo en que la mayor aportación artística y de originalidad de cualquier obra cofrade ya sea bordado, de metal, de madera o combinado, corresponde a sus trazas como se decía antiguamente, o a su diseño como gusta de llamar la modernidad a lo que no es ni mas ni menos que imaginar de la nada un objeto físico y real. Evidentemente luego están las manos del también artista o artesano, (que esto es otro debate de vigente actualidad), las que siguiendo esa partitura previamente codificada por el mismo o por otro, dan forma mas o menos acertadamente a esa idea concebida por una mente creadora. Porque en la mayoría de los casos los artistas-artesanos de todos los tiempos han necesitado de un dibujo previo en el que se prefijaran los conceptos e ideas, (proporciones, perfil, estructura, ornamentación, etc.), y decimos en la mayoría, porque no son pocos los casos en los que al ser el propio realizador el que concibe la pieza su idea no necesita del paso intermedio de ser pasada a papel previa a su realización, lo que no quiere decir que no exista diseño sino que este está en la cabeza del autor o un esbozo previo que se va perfilando sobre la marcha.
Siempre se ha dicho, aunque nosotros no estemos del todo de acuerdo, que las cofradías, particularmente en sus aspectos estéticos, viven ancladas en unos modos y formas anacrónicos que nada tienen que ver con lo que hoy en día se entiende como “arte”, y que quizás ese sea el motivo por el que se valora mas la pericia artesanal y las “horas” de trabajo que sus aspectos mas creativos e intelectuales, como ocurría en la edad media, en este sentido es significativo y da pie a un análisis aparte el papel del donante o comitente con nombres y blasones grabados, como el antiguo mecenas que gustaba retratarse en las escenas de la Pasión de Ntro. Señor que sufragaba a su costa.
Pero ciñéndonos al motivo que nos ocupa habría que empezar diciendo que afrontar aunque sea en unos breves apuntes la historia del diseño de enseres cofrades, nos obliga a remontarnos muy atrás en el tiempo y tendríamos que abarcar mucho mas campo que el del simple ámbito de una Hermandad, ya que la mayoría de sus enseres no son propiamente cofrades, sino que corresponden al mas amplio marco del arte religioso y sus objetos, en su mayoría, son los de la liturgia Católica, aunque si que es verdad que el discurrir del tiempo ha ido derivando a Hermandades y Cofradías a unas formas y estilos distintos que han originado un rico mundo de enseres de uso casi exclusivo de las mismas, simpecados, respiraderos, maniguetas, y una larga lista de objetos que todos los cofrades conocemos. Por lo tanto los diseños que podemos conocer anteriores al S.XIX, en su mayoría no diferirán de los elaborados para el resto de clientela habitual en los talleres del momento, algo que no podemos decir en la actualidad. Y es que desde que el hombre tiene conciencia de si mismo ha usado lo que hoy en día llamamos arte para intentar expresar lo inefable y ha sentido la necesidad de crear, así no sería descabellado remontar a unos de los primeros diseñadores que se tiene noticia de objeto de culto o recipientes de divinidad a Besalel y Oliab, los artífices del Arca de la Alianza a los que Dios “los había llenado de un espíritu de sabiduría, de inteligencia y de ciencia para toda suerte de obras, para proyectar todo lo que pueda hacerse” (Ex.35,34). “Me harán un santuario y Yo habitaré en medio de ellos. Lo harán conforme a todo lo que voy a mostrar como modelo del tabernáculo y de todos sus utensilios….” (Ex. 25, 8-9).
En esta exposición no podemos pretender abarcar todo lo que el tema da de si y básicamente por cuestiones de espacio nos hemos visto obligados a limitar la muestra a unas pocas pinceladas de cada periodo, haciendo algo mas de hincapié en el diseño actual, dejando pendiente un estudio mas exautivo para mas adelante. Se nos queda fuera mucho e importante como esos exquisitos dibujos de los maestros de obras medievales antecesores de los actuales arquitectos, los grandes de renacimiento, nuestro Juan de Arfe y su fundamental tratado, los genios totales como Alonso Cano, hemos tocado de pasada cumbres nuestras como Sánchez de Rueda, García Reinoso, Sandoval, Jerónimo de Pedrajas o Damián de Castro, tampoco está suficientemente bien tratado el interesantísimo periodo que podríamos definir como “resurrección de nuestra Semana Santa” tras los años del ostracismo ilustrado y las guerras, figuras claves como Ritón, Mora Valle o Peidró Dueñas, que sin duda alguna merecerían por si mismos un estudio particular. Esto y aspectos mas técnicos como estilo y técnicas esperamos abordarlos en la mesa redonda organizada para la inauguración de la muestra.
Esperamos que hermanos, cofrades e interesados disfruten de esta muestra que no pretende otra cosa que poner un modesto granito de arena en aras de la necesaria cultura cofrade.
Manuel Valera Pérez
(Introducción del catálogo de la exposición "LAS TRAZAS DE LA CULTURA. DISEÑO DE ENSERES PARA COFRADÍAS. Historia y Actualidad" celebrada en la Casa Hermandad de la Cofradía de la Merced de Córdoba entre los días 17 y 26 de Septiembre del año 2010, organizada por dicha corporación penitencial.)
Portada del catálogo de la muestra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.